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Cuando tenía 27 años, viaje a París, Francia, por un encuentro con mi Madre Santísima (Medalla Milagrosa). La idea del viaje no solamente era ese, también lo haré conocer la ciudad más visitada del mundo, conocer los secretos que contiene y tener un momento conmigo.
No iba sola, le pedí al Señor que me acompañara y sin duda lo hizo. Ya había viajado anteriormente y me siguió mostrando el mismo faltante: una persona con quien compartir exactamente esos momentos. Jesús puede estar presente en todo pero no se manifiesta como El mismo siempre, la mayoría de las veces prefiere encarnarse en otras personas, y eso era lo que a mí me faltaba.
Estando en París, me di cuenta de la soledad que ya me había acechado en Italia pero Jesús me decía: aprovecha que estas aquí y trata de buscar otras cosas. Y así hice. Definitivamente París es una ciudad bien complicada y muy grande, para llegar de A ha B hay que pasar por muchos obstáculos, pero es hermosa. El caminar por sus calles y darme cuenta que debía caminar para conocer me hizo entender que a veces los métodos difíciles son los que mejor enseñan; si hubiera andado en transporte publico todo el tiempo, ya hubiera olvidado todo lo que vi. El arte, como ya lo he dicho, es una manera de ver a Dios, así que París es una bella representación de Dios con todos sus museos y por la manera en cómo se conserva la habilidad de muchas personas que ya no están con nosotros y el deseo de seguir de muchos que todavía pueblan la ciudad. Si hay un secreto que Paris tiene es que todavía mantiene el arte con el mismo fervor que en sus años de gloria. Hay personas jóvenes y ancianas que se ganan la vida con sus dibujos vendidos en los puentes y en las calles, les aseguro que ganan mejor que muchos de nosotros. Se respira una paz y una tranquilidad muy pronunciada, y no porque no haya peligro de un crimen organizado, sino porque sus habitantes viven sus vidas haciendo lo que más les gusta, y la ciudad se los permite.
Grandes historias se esconden detrás de viejas librerías donde se vivieron aventuras que ya no tenemos manera de experimentar debido a la tecnología y la comunicación; ese hecho de poder escribir cartas para entablar una conversación con las personas del otro lado de la ciudad, expresar sentimientos a través de una pintura, viajar en carruajes, etc. son privilegios que a pesar que ya no se vivan de manera formal y única, la ciudad todavía ofrece la emoción de sentir ese pasado y poder vivirlo de manera turística. La ciudad se volvió multicultural, y a pesar que tiene fama de ser racista y discriminatoria, es un lugar que le ha dado espacio a muchas personas de diferentes nacionalidad, personas que tuve el privilegio de conocer: en restaurantes, en el hotel, en la calle, en los lugares más concurridos e incluso en el aeropuerto, donde me quede varada por 3 días debido al clima. Pase la noche de año nuevo entre extraños de diferentes nacionalidades, y el idioma fue la pizza y el vino.
Buscamos muchas cosas cuando viajamos, pero yo buscaba más tiempo con el Señor y lo encontré de la manera que no me lo esperaba: a través de Maria Santísima. Antes de ese viaje, mi relación con ella no era la apropiada para un cristiano católico. No había confianza, no había conexión, no había relación. Pero entre en su capilla y el enamoramiento fue inmediato. Estar en el lugar donde se habían presenciado milagros y apariciones hermosas fue la mejor experiencia del viaje; por fin la había encontrado, esa relación que yo sabía que necesitaba se estableció en ese momento, ese
día, en esa Eucaristía y confesión que viví en esa Iglesia. Encontré a Maria, encontré el significado de mi vida a través de la soledad y lo mucho que en realidad necesitaba a mi esposo, vi al Señor en el arte y en personas desconocidas.
Viajar es un respiro para el alma que se debe hacer al menos 1 vez en la vida, y viajar solo da oportunidades que no encuentran cuando estamos acompañados. Démosle esa oportunidad a nuestra vida y veamos otra perspectiva de la vida a través de otros horizontes, cuanto se puede aprender…!
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