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Rectitud de Intención

Foto del escritor: KarenCKarenC

La vida de los primeros fieles y su testimonio en el mundo nos dan a conocer su temple y valentía. No tenían como norma de conducta aquello que era más fácil o más cómodo o más popular, sino el cumplimiento acabado de la voluntad de Dios. Tenían la mirada fija en Cristo, que dio su vida por todos los hombres. No buscaban su gloria personal ni el aplauso de sus conciudadanos. Actuaron con rectitud de intención, con la mirada puesta en su Señor. Esto es lo que permite decir a San Esteban en el momento de su martirio: Señor, no les tengas en cuenta su pecado.


La intención es recta cuando Cristo es el fin y el motivo de nuestras acciones. Por el contrario, quien busca la aprobación ajena y el aplauso de los demás puede llegar a deformar la propia conciencia: Se puede entonces tomar como criterio de actuación «el qué dirán» y no la voluntad de Dios. La preocupación por la opinión de los demás podría transformarse en miedo al ambiente; se llegaría fácilmente entonces a neutralizar la actividad apostólica de los cristianos, quienes han tomado sobre sí una tarea urgente: la evangelización del mundo.


En ocasiones, por no desentonar con el ambiente, se comienza con facilidad a no ser del todo coherente con los principios. Se cae en la tentación de inclinarse hacia el lado en que es más fácil recoger sonrisas y cumplidos, o, en el mejor de los casos, del lado de la mediocridad. Debemos procurar, en primer lugar, agradar a Cristo. Si aún buscara agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo


Los juicios humanos son a menudo errados y poco fiables. Solo Dios puede juzgar nuestras acciones y también nuestras intenciones. Nuestro juez es el Señor, y a Él es a quien hemos de agradar. Preguntémonos muchas veces al día: ¿hago en este momento lo que debo?, ¿busco la gloria de Dios, o la propia vanidad, el quedar bien? Si somos sinceros en esas ocasiones, tendremos luz para rectificar la intención, si fuera necesario, y dirigirla al Señor.

Una mala intención destruye las mejores acciones; la obra puede estar bien hecha, incluso ser beneficiosa, pero, por estar corrompida en su fuente, pierde todo su valor a los ojos de Dios. La vanidad o el buscarse a uno mismo puede destruir, a veces totalmente, lo que podría haber sido una obra de santidad. Sin rectitud de intención equivocamos el camino.


El Señor señala en diversas ocasiones el pago de las buenas obras hechas sin rectitud de intención: ya recibieron su recompensa, dice refiriéndose a los fariseos que buscaban el ser alabados y considerados. Se ha obtenido lo que se había buscado: una mirada de aprobación, un gesto admirativo, una palabra elogiosa. Dios recibe nuestras acciones –aunque sean pequeñas– si las hemos ofrecido con intención pura: hacedlo todo para la gloria de Dios. El Señor contempla nuestra vida y tiene cada día la mano extendida para ver qué le ofrecemos: acepta aquello que verdaderamente hacemos por Él. 


Para ser personas de intención recta es conveniente examinar los motivos que mueven nuestras acciones: considerar en la presencia de Dios lo que nos induce a comportarnos de una manera o de otra, lo que nos lleva a reaccionar de este modo, si existen omisiones en nuestro apostolado por falsos respetos humanos, si nos amoldamos con facilidad a un ambiente poco cristiano, etcétera. A la luz de la fe podremos descubrir los puntos de cobardía o de vanagloria que puede haber en la conducta.


Ninguno de nuestros actos pasa inadvertido ante nuestro Padre Dios. Nada le es indiferente, esto ya es recompensa suficiente, un gran motivo para rectificar la intención en el trabajo y en las obras. Somos más libres cuando hacemos las cosas solamente por Dios.


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