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Adiós Vanidad, Hola Santidad

Foto del escritor: KarenCKarenC

Dicen por ahí que cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar – en un momento determinado de la historia – un aspecto del Evangelio.


En una frase tan pequeña hay una gran labor que se puede derivar en muchas obras y en muchos sacrificios, y es necesario entender cómo llegar al culmen de nuestra vida en la Tierra, que va – o debería ir – de la mano de Dios.


El conocimiento de sí mismo es la herramienta más grande para poder realizar la obra que Dios pide de nosotros, y para llegar a conocernos a nosotros, es necesario conocer a Dios; no solo conocerlo a Él directamente (como es, que es, como hace las cosas) sino también saber cómo trabaja en conjunto con nosotros, cómo se desarrolla la Divina Providencia. Santa Teresa de Avila habla de una de las piedras más grandes que tenemos como seres humanos y claramente nos aconseja en sus escritos a abandonar 100% la vanidad para poder entrar de lleno a la Santidad; y no solamente ella: Thomas de Kempis y muchos otros también. Dios no quiere que seamos santos a medias y lo dice en su frase “a los tibios los vomitare”. Estamos acomodados pensando que somos “humanos” y que somos imperfectos, que por eso siempre habrán errores; si, todo esto es cierto, pero no significa que no busquemos mejorar. Además, si no hubiera otra cosa que hacer más que acomodarnos a nuestras imperfecciones, no habrían santos expuestos en la Tierra. Se ha comprobado la pureza de muchas personas a través de los siglos, de cómo preferían sufrir a fallarle a Dios en lo más pequeñito, así que imposible no es.


Verme yo como estiércol al lado de Dios y dejar que El me lleve por sus sendas, es lo que muchos – sino es que todos los santos - han aprendido en su camino de Santidad. Pero no, somos tan ciegos y tan egoístas que lo que elevamos primero son nuestras pasiones y comodidades; aprendo de Dios pero si por mi fuera, jamás dejara mi comodidad y la gana de hacer lo que yo quiero, y esa es la vanidad más grande: el amor por mí mismo. Me creo tan importante, me siento tan en control, creo que lo que yo pienso es lo correcto y todo lo demás que no me sigue es un error. No puedo dejar de vivir cómodamente, no puedo dejar de lado lo que me gusta y obtenerlo cuando lo quiero. Y todo esto no solo es en cuestiones materiales, es también en cuestiones conceptuales. Me encierro en que “yo soy así y no cambiare, los demás me deben aceptar así”; incluso cuando debemos ser el ejemplo de alguien más (como un hijo o un subordinado), le arruinamos los ideales a los que están a nuestro lado en vez de mejorar nosotros y ser el ejemplo que estamos llamados a ser. La vanidad por lo que yo amo y por mí mismo me hacen sordo a la voluntad del Padre, que por lo general va muy en contra de lo que para mí es “correcto”, y nos hundimos en una vida donde yo soy el centro (de los errores) y nada más importa. ¿Como podría Dios confiarnos un proyecto de vida cuando no nos importa lo que Él quiere, sino solo nuestro deseo? Ser padres sin virtudes, jefes mediocres, lideres egocéntricos, no nos va llevar donde creemos ir: a las moradas eternas.


Ojala y reconociéramos cual es esa palabra, ese mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con nuestra vida. Es necesario dejarnos transformar, dejarnos renovar por el Espíritu para que esto sea posible y así nuestra preciosa misión no se malograra. En la medida en que se santifica cada cristiano y se da cuenta para quien vive, se vuelve más fecundo para el mundo y para Dios.

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