![](https://static.wixstatic.com/media/e84ad0_c651588509cb478289e8d2b695a03d87~mv2.jpg/v1/fill/w_532,h_452,al_c,q_80,enc_auto/e84ad0_c651588509cb478289e8d2b695a03d87~mv2.jpg)
Desde el Antiguo Testamento, nos muestra la Sagrada Escritura cómo Dios se vale frecuentemente de hombres llenos de fortaleza y de caridad para advertir a otros de su alejamiento del camino que conduce al Señor.
El Libro de Samuel nos presenta al profeta Natán, enviado por Dios al rey David para que le hable de los pecados gravísimos que había cometido. A pesar de la evidencia de esos pecados tan graves (adulterio con la mujer de su fiel servidor y el procurar la muerte de éste) y de ser el rey un buen conocedor de la Ley, «el deseo se había apoderado de todos sus pensamientos y su alma estaba completamente aletargada, como por un sopor. Necesitó de la luz del profeta, que con sus palabras le hizo caer en la cuenta de lo que había hecho».
En aquellas semanas, David vivía con la conciencia adormecida por el pecado.
Natán, para hacerle caer en la cuenta de la gravedad de su delito, le expone una parábola: Había dos hombres en un pueblo: uno rico y pobre el otro. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y de bueyes; el pobre solo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del rico; y, no queriendo perder una oveja o un buey para invitar a su huésped, cogió la cordera del pobre y convidó a su huésped. David se puso furioso contra aquel hombre y dijo a Natán: ¡Vive Dios que el que ha hecho eso es reo de muerte!
Natán respondió entonces al rey: ese hombre eres tú. Y David recapacitó sobre sus pecados, se arrepintió y expresó su dolor en un Salmo que la Iglesia nos propone como modelo de contrición. Comienza así: Apiádate de mí, ¡oh Dios!, según tu piedad; según la muchedumbre de tu misericordia, borra mi iniquidad.... David hizo penitencia y fue grato a Dios. Todo, gracias a una corrección fraterna, a una advertencia, oportuna y llena de fortaleza, como fue la de Natán.
Uno de los mayores bienes que podemos prestar a quienes más queremos, y a todos, es la ayuda, en ocasiones heróica, de la corrección fraterna. Es fácil comprender que una corrección fraterna a tiempo, oportuna, llena de caridad y de comprensión, a solas con el interesado, puede evitar muchos males: un escándalo, el daño a la familia difícilmente reparable...; o, sencillamente, puede ser un eficaz estímulo para que alguno corrija sus defectos o se acerque más a Dios.
Esta ayuda espiritual nace de la caridad, y es una de las principales manifestaciones de esta virtud. En ocasiones, es también una exigencia de la justicia, cuando existan especiales obligaciones de prestar ayuda a la persona que debe ser corregida.
»El ejercicio de la corrección fraterna es la mejor manera de ayudar, después de la oración y del buen ejemplo». ¿La practicamos con frecuencia? ¿Es nuestro amor a los demás un amor con obras?
Entre las excusas que pueden instalarse en nuestro ánimo para no hacer o para retrasar la corrección fraterna está el miedo a entristecer a quien hemos de hacer esa advertencia. Por desgracia, es grande el número de los que, por no desagradar o por no impresionar a alguien que está viviendo sus últimos días y los últimos momentos de su existencia terrena, le callan su estado real, haciéndole así un mal de incalculables dimensiones. Pero todavía es más elevado el número de los que ven a sus amigos en el error o en el pecado, o a punto de caer en uno o en otro, y permanecen mudos, y no mueven un dedo para evitarles estos males.
Al hacer la corrección fraterna se han de vivir una serie de virtudes, sin las cuales no sería una verdadera manifestación de caridad. Como Cristo la practicaría si estuviera ocupando nuestro lugar, con la misma delicadeza, con la misma fortaleza. La humildad nos enseña, quizá más que cualquier otra virtud, a encontrar las palabras justas y el modo que no ofende, al recordarnos que también nosotros necesitamos muchas ayudas parecidas. La prudencia nos lleva a hacer la advertencia con prontitud y en el momento más oportuno.
Después de avisar a alguien con la corrección, si parece que no reacciona, es preciso ayudarle todavía un poco más con el ejemplo, con la oración y mortificación por él, con una mayor comprensión. Por nuestra parte, hemos de recibirla con humildad y silencio, sin excusarnos, conociendo la mano del Señor en ese buen amigo, que al menos lo es desde aquel momento; con un sentimiento de viva gratitud, porque alguien se interesa de verdad por nosotros; con la alegría de pensar que no estamos solos para enderezar nuestros caminos, que deben conducir siempre al Señor.
Acudamos - al terminar nuestra oración - a la Santísima Virgen, para que nos ayude a vivir siempre que sea necesaria esta muestra de caridad fraterna, de amistad verdadera, de aprecio sincero por aquellos con quienes nos relacionamos más frecuentemente.
コメント