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Son demasiadas las veces que he visto en redes sociales – o que he escuchado con mis propios oídos – comentarios como: “lo único que me alegra son los tamales”, “navidad sin ti”, “me voy a peinar, solo para estar en el mueble de la casa”. ¿Cuántas heridas nos puede dejar el pasado que fácilmente perdemos el camino correcto de las cosas?
Algunas personas hacen de la Navidad una época para llorar, para comer y para comprar; no hay nada más en la mente y el corazón de los desdichados más que estas 3 cosas, y muchas veces también las discusiones familiares. Se tiende a pensar que es el tiempo en el año donde solo nos preocupamos por obtener rápido el aguinaldo y adquirir cosas que no son esenciales, que se va cocinar, a quienes vamos a invitar a las reuniones, y listo. Nos quejamos de todo ya entrada la noche, de todo lo malo que el año nos dejó, o todo lo que no pudimos lograr.
Donde debe estar la atención de todos nosotros es en el nacimiento de Jesús, todo lo demás que podamos hacer o tener, es un valor agregado. Cuando normalmente se dice “que Jesús nazca en tu corazón”, estamos siendo determinantes y estamos hablando literalmente. Natividad, celebrar un nacimiento, un cumpleaños; es una fiesta a la que todos estamos invitados, donde las decoraciones tienen un significado propio (no solamente porque se mira bonito).
En esta fiesta tan importante, un corazón dispuesto puede cambiar años de dolor, de pecados, de malos caminos. La unción del Espíritu Santo cae sobre todo hombre de buena voluntad que desee rehacer su vida, cambiar la amargura por el gozo, romper cadenas, sentir una conexión única con nuestro Señor. No hay espacio para absolutamente nada más que vivir el amor con el que Dios se nos presenta en la tierna imagen de un recién nacido, una oportunidad anual de volvernos a encontrar con El y con su voluntad.
Cada paso en el que Jesús se muestra a través de tradiciones, son bendiciones que deben ser vividos con el único objetivo de encontrarnos con El: armando un arbolito que significa vida, con sus guirnaldas y adornos que nos muestran el gozo de la ocasión; una corana que nos invita a orar en 4 domingos de anticipación y hace de nuestra casa un tempo de conversación con el Señor en familia; recrear el nacimiento en un pesebre que nos ayuda a visualizar lo que debería pasar en nuestro corazón; compartir nuestras cosas con los que no tienen, hacer de nuestra generosidad la obra de misericordia principal para el prójimo; y lo más importante, la asistencia a la Eucaristía, la mejor de las celebraciones.
Recordemos lo que tenemos, lo que Él nos da, o sea, a Si mismo.
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