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Gracias por ese Despido

Foto del escritor: KarenCKarenC

Desde que perdí mi trabajo, he reflexionado mucho en los motivos por los que Dios permitió que sucediera. Por supuesto una de esas razones es el hecho que se lo he pedido desde hace mucho tiempo, ya que donde yo trabajaba no era un lugar sano, no es un lugar donde se puede ver la mano de Dios. Pero también he meditado en el trasfondo de las razones, ¿Por qué Dios me dejaría sin trabajo teniendo una familia que sostener? Me ha ayudado mucho analizar la vida de San Gregorio Magno.


León Magno tenía el arte de saber gobernar y de hacerlo con tal rectitud, discreción y bondad que todos reconocían la justicia que imperaba en su conducta; por lo tanto, era una persona altamente ocupada. Cargo sobre sus hombros la responsabilidad pastoral, diversas obligaciones de la Iglesia, juicios de vida y actuación de los individuos en particular, asuntos de orden civil, etc. Antes de todo esto, León Magno llevaba una vida monástica, o sea que tenía mucho tiempo para estar en recogimiento y vivir para la oración, pero el Señor lo llamo a servirle en todos estos asunto que le quitaban tiempo para dicho recogimiento. En esas situaciones es cuando es necesario ubicar la prueba que Dios nos pone, porque no siempre es lo que parece. ¿Qué es lo que Dios me pide en ciertas circunstancias complicadas?


Algunos de los pensamientos de San Gregorio Magno me han ayudado a entender mejor la situación en la que estaba y me hicieron sentir el gozo que mi necesidad de ya no estar ahí no era un deseo desenfrenado ni egoísta: Estando en mi espíritu disperso y desgarrado con tan diversas preocupaciones, ¿Cómo voy a poder concentrarme para dedicarme por entero a la predicación y al ministerio de la palabra? Además, muchas veces – obligado por las circunstancias – tengo que tratar con las personas del mundo, lo que hace que alguna vez se relaje mi disciplina impuesta en mi lengua. Porque, si mantengo en esta materia una disciplina rigurosa, sé que ello me aparta de los más débiles, y así nunca poder atraerlos adonde yo quiero. Y esto hace que escuche pacientemente sus palabras, aunque sean ociosas. Pero, como yo también soy débil, poco a poco me voy sintiendo atraído por aquellas palabras ociosas, empiezo a hablar con gusto de aquello que había empezado a escuchar con paciencia, y resulta que me encuentro a gusto postrado allí mismo donde antes sentía repugnancia de caer.


Yo me vi en todas esas situaciones. Todas. Ese trabajo me dejaba agotada y frustrada, eso me quitaba energía para el recogimiento y la oración. Pasaba ocupada en mediocridades (ellos tienen pensamientos mediocres y deciden mediocremente) y no tenía opción pues la primera mediocre era mi jefa. Intente implementar mis métodos esbeltos de trabajo, reducir desperdicios, etc., pero nunca fueron atencionadas mis ideas pues para ellos solucionar de raíz un problema era una pérdida de tiempo, funcionaba más “apagar incendios”. Y me veía de repente actuar de manera ineficiente porque todo el ambiente era así, lo que más repugnaba, la mediocridad. Y si bien es cierto, era mi fuente de ingresos donde ayudaba a mi familia en su bienestar, y también era donde Dios quería que yo estuviera, no era un lugar apropiado. Estoy segura que Dios me quiso ahí por razones divinas pero estoy segura que las personas que están ahí no están haciendo la voluntad del Padre, por lo tanto, no hicieron lo correcto conmigo y Dios me saco. Me saco porque no podía estar con Él, verlo a Él, hablar de Él, porque todo está controlado por el diablo. Si el trabajo es donde me santifico, ahí me estaba muriendo. Dios lo supo y ya no estoy ahí.


Estar ocupados nos deja de prueba buscar el tiempo para Dios, pero si esas ocupaciones nos hacen caer, es necesario pedir un cambio y tener presente el porqué. La oración siempre debe ser una actividad de amor bien pensada y no solamente hablar por hablar. Es necesario analizar la situación, las intenciones y los resultados que se están obteniendo. Al final, si algo no me santifica, me obstaculiza.

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