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Nos encontramos al principio de nuestra vida formando nuestra personalidad, encontrándonos con las cosas que nos gustan, que nos hacen felices, que nos dan paz. Nos vamos moldeando según las enseñanzas de nuestros padres, de los ejemplos de las personas que nos rodean, de nuestros educadores, de nuestra cultura. Y empezamos a ser nosotros, a optar por las opciones que nos da la vida y pensamos que no hace falta nada más que alcanzar nuestros sueños y el motivo porque el que Dios nos dio la vida.
Pero llega el momento en que se presenta el hueco. Es variable la edad en la que le sucede a cada persona, pero siempre nos encontramos con el hueco, ese que nos hace preguntarnos ¿Qué es lo que hace falta? A veces tenemos todo, a veces solo lo básico, pero es inminente la llegada de ese vacío que nos hace buscar. Las personas que son llamadas a la vida con el Señor empiezan a comprender que lo que necesitan en la vida es estar con el Señor y con nadie más, comienza a educarse más y más en ese amor y en ese camino hasta alcanzar los votos requeridos para dar rienda suelta a esa vida que llena el hueco. Pero algunos estamos llamados a llenar el hueco de otra manera.
Buscar a la persona ideal para llenar el hueco es una de las más arduas tareas del ser humano y no puede ir separada de las manos del Señor. Son tantos los errores que se pueden cometer, las debilidades de nuestra naturaleza se manifiestan más agresivamente y es muy difícil domar esas pasiones. Estar lejos del Señor cuando uno anda de “enamorado” es olvidar fácilmente todas las tentaciones que pueden existir en ese camino de descubrimiento al grado de llegar a escoger al equivocado, de lastimar y comprometer nuestro cuerpo y el del otro; el enamorado sin la luz de Cristo es un tonto que va al fracaso sino recuerda lo que el Señor le ha enseñado. Se pueden llegar a tener heridas incurables que vuelven a arder a través de los años como si acabaran de pasar, que aparecen con los recuerdos, con reencuentros a veces buscados o no evitados; heridas que nos pueden dormir el alma y no tener la luz que al principio teníamos antes del hueco: la ternura, los detalles, la calidez, la amabilidad, la atención a las cosas pequeñas.
Sin embargo, si el Señor está presente y nos dejamos guiar por sus mandatos y consejos, la búsqueda resulta menos difícil y hay menos bajas. Si alcanzamos a conocer al Señor – hasta donde Él lo permite – alcanzamos a conocernos a nosotros y a los demás. Si nos conocemos a nosotros mismos entonces sabemos que es lo que queremos y que es lo que buscamos en esa otra persona: probablemente alguien que no es como yo, que enriquezca mi vida en donde a mí me hace falta más, pero que comparta conmigo lo más importante para construir el proyecto que Dios nos pide. Pues esa persona es la que Dios trazo para mí y viceversa; si Dios avala lo que descubrí y lo que voy alimentando, todo sale de la manera correcta.
Dios conmigo, magnifico! Ahora yo debo dar mi 100% y la vida de esa persona es lo más importante que tengo, lo que más debo cuidar, pues ya no es mi felicidad una prioridad sino la de él, ya no soy yo para mi sino para él. El, mi esposo, la mayor importancia en esta tierra, donde yo me encuentro con Dios de la manera más íntima. Mi esposo, el amor de mi vida, quien llena mi hueco, a quien yo buscaba, el que hace mejor persona, el que me protege, el que me hace sentir la mayor felicidad con nuestros chistes que nadie entiende y con nuestros juegos de amados; lo mejor que hecho. Pues no hay lugar donde yo viva mejor en este mundo que en los brazos de mi esposo, donde el Señor también me abraza, Mi Hogar.
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