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Cuando hay un error en una institución, por lo general culpamos a la institución en si; decimos que X supermercado es malo porque me vendió un producto vencido, X farmacia es mala porque no tienen la medicina que ocupo, o X restaurante es malo porque venía un pelo en la comida. Muchas veces dejamos de comprar en ese lugar y aparte le damos mala fama con nuestros conocidos. Pero te has puesto a pensar que tal vez el error lo cometió una sola persona y que por esa sola persona todo salió mal?
El otro día fui a buscar confesión a una parroquia X. Le había escrito al encargado 3 días antes para consultarle si podía hacer una cita con el sacerdote ya sea antes o después de la misa del sábado ya que conozco casos donde los sacerdotes han confesado en esos momentos. Esta persona me contestó horas después, de la manera más seca diciéndome que las confesiones no eran seguras que se dieran, que si tengo suerte el padre me va atender, que mejor vaya temprano a ver si lo lograba encontrar. ¿Te imaginas que yo empezara mi camino cristiano en ese momento? ¿Con qué sabor me hubiera quedado? ¿Qué hubiera pensado yo de la Iglesia después de eso?
Un día antes le volví a escribir a la misma persona con la fe que al menos le comentara al sacerdote que había alguien interesado en confesarse y que me mantuviera presente para darme un espacio, pero no, me volvió a contestar de la misma manera. Pues no me importo, igual fui con mi familia ese sábado y me encontré con el encargado. El me miró y me reconoció por la foto de Facebook y me dijo lo mismo, sin cambiar palabras y así como me lo imaginaba, de forma golpeada. Me fui a sentar afuera de la oficina del padre y no salio. Mi familia y yo fuimos a dar una vuelta y la misa ya estaba por comenzar cuando apareció el sacerdote. Ya habíamos llamado un taxi porque perdimos la esperanza de lograr la confesión pero el padre nos vio la intención que teníamos de hablar con él, se nos acercó y nosotros le expresamos lo que buscábamos. El, amablemente nos confesó a todos, prefiriendo entrar tarde a la misa que iba dar antes de dejarnos así. Hasta el taxista nos esperó y no nos cobró ese tiempo.
Cuanto daño le podemos hacer a una institución, a una empresa, a cualquier lugar, por no hacer bien nuestro trabajo, incluso a nuestros compañeros. Sobre todo si trabajamos para la Iglesia, para Dios mismo. Sino hacemos bien las cosas, si no tenemos la actitud correcta, sino ponemos nuestros principios y valores de frente y decidimos en ellos, podemos destruir una reputación, podemos opacar una imagen, sin mencionar que dejamos a las personas que nos buscaban, sin ayuda, prácticamente abandonados. Es necesario oler a Jesus, no solo decir que le servimos. No basta con un puesto que todo mundo sabe que tengo, es indispensable parecerse a Él.
Qué hubieras pensado vos de ese sacerdote?
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