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Nos encontramos en la octava de Pascua, y en medio de esta semana me he puesto a reflexionar que en realidad estamos entre la Resurrección del Señor y su fiesta de Misericordia. Siempre hay un simbolismo detrás de las obras de Dios y esto no puede ser solo mi imaginación.
Venimos de festejar todo el dolor que el Señor paso por nosotros pero también como su triunfo fue y es tan glorioso. Está claro que la bondad de Jesús no iba quedar olvidada en un sepulcro y que todo lo bueno que El hizo, fue recompensado por el Padre. Después de eso, Jesús no se queda con haber despertado de la oscuridad y mostrarnos lo que nos espera si seguimos su camino y su luz, también nos muestra un regalo tan grande como regresar de la muerte: la Misericordia. Es tan grande la bondad de Jesús que después de sufrir los horrores de su Pasión, nos abre la gran verdad y fin de la vida – la resurrección de la carne – y nos entrega su gran favor que es tener piedad por nuestros pecados. Es necesario detenernos aquí y tomarnos un momento para pensar que lo enormemente bueno que es Jesús con nosotros. No fue suficiente sufrir, morir y resucitar sino que también nos ofrece la redención de los pecados a través de su gran fiesta de Misericordia. Toda esta dinámica de fiestas en este periodo de tiempo me hace pensar a mí que nunca habrá refugio más grande que Jesús, que nunca tendré salvador más valiente que Jesús, que nunca tendré un mejor amigo que Jesús y que nadie podrá superar lo que El me hace sentir a través de sus acciones y de todo lo que hizo por mí.
Si no logramos vivir la Cuaresma de manera correcta o nos distrajimos en las fiestas que acaban de acontecer, todavía podemos meditar la Misericordia de Jesús, como la dejo en manos de Santa Faustina y como nos hace tanto bien esta devoción. Pido por favor que no veamos esto no solo con ojos de interés sino de agradecimiento. Ya nos dice el Señor que El espera que nosotros le pidamos (y se resiente si no lo hacemos), pero también necesitamos agradecerle, agradecerle de una manera muy personal y especial esa infinita misericordia que nos tiene, que nos permite volver, que nos permite ser perdonados, que nos permite estar limpios, que nos permite ser nosotros otra vez.
Siempre nos encontraremos cargados en algún punto de nuestra vida, el dolor puede ser un continuo acompañante, el mundo puede ser tan ruidoso que no nos escuchamos ni a nosotros mismos, pero Jesús me espera con su misericordia abierta para que yo regrese a Él y sienta su amor y compañía, su bondad y comprensión, su pureza y alegría.
Jesús derramo su sangre por vos, se dejó golpear y escupir por vos, cargo la cruz por vos, se dejó crucificar por vos, murió por vos, resucito por vos y te ofrece a vos su misericordia! No lo ignores, no lo des por sentado, no le tengas miedo, no penses que está enojado porque has estado lejos. Regresa, hablale y partí de ahí.
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