No hay lugar que se compare con el Santísimo. La presencia del Señor Jesús no tiene igual en ningún lugar de este planeta.
Tenemos tantos lugares que visitar, tantas cosas que hacer… Soñé toda mi vida con ser ingeniero, miraba amigos de mis familiares, veía su manera de resolver la vida, lo practico que hacían todo, y sabía que esa era la carrera que debía tomar, eso era lo mío y lo que me daría sustento en el futuro. Y eso fue lo que hice, estudiar lo que sabía que me gustaría y lo que le funcionaba a mi cerebro (aunque mi papa me hubiese querido en el área de medicina). Cuando conocí al Señor – a una edad tardía de 15 años – ya habían 2 actividades que debía realizar en mi vida: mis estudios y las “cosas de Dios” como le dicen. En una edad espiritual en la que venimos conociendo a Dios, no se logra entender tan rápidamente lo que es una vida espiritual, lo que aprendemos es como vivir actividades para jóvenes: una buena charla en el grupo juvenil, una divertida dinámica, como comenzar la vida de las obras de misericordia, etc. pero conexión espiritual? no a todos les funciona tan rápido; y ahí estaba yo pasándola bien en misiones, charlas y dinámicas.
Al crecer y llegar al trabajo, las actividades prioritarias siguen siendo las mismas solo que después de estudiar, vino el trabajo. Y ya con una mente más madura me voy dando cuenta que dentro de mi hay una necesidad que no la da una actividad del cuerpo sino de la mente. ¿Cómo llegamos a un momento en el que el tiempo está totalmente consumido? Consumido de personas que amamos y con quien trabajamos, consumido de trabajo (el que decidí anteriormente a dedicarle 9 horas diarias), consumido de obras y actividades al servicio de Dios, ¿pero en qué momento decido parar y solamente existir? Se habla continuamente de planes de vida, de agendas, de los recordatorios del celular, pero existir en la presencia de Jesús va mas allá que una planeación. Me he visto en la magnífica tarea de hacer planes de vida para mí y para mi esposo – lo cual es muy terapéutico – pero no logro cumplir lo que mi alma necesita; todo se ve bonito en una hoja de papel o en una aplicación, y al momento de hacerlo se siente satisfactorio tener la disciplina de cumplir lo que me prometo a mí misma pero mi alma sigue sedienta, y eso es porque dentro de mí, Jesús pide más que mi tiempo perfectamente planificado.
Sin importar el productivo día que tuve, lleno de mis problemas resueltos gracias a mi Ingeniería, mis obras de misericordia (que ojala fueran más), el tiempo con mis seres queridos… nada de esto se compara a mi tiempo exclusivamente existiendo con el Señor, donde no hay palabras, ni problemas por los que pedir ayuda, ni sacrificios que ofrecer, ni nada que requiera un esfuerzo extra de mente y palabras. Solamente Él y yo en una burbuja personal donde nos acompañamos y disfrutamos de la simple presencia, del simple placer del ser, donde nos entendemos con miradas y solo caricias rozan nuestros sentidos, caricias de amor y de paz. Las “cosas de Dios” no se resumen en vivir en la Iglesia, en ser puntuales con la Eucaristía, o en las obras de misericordia; la cosa de Dios más grande que podemos hacer y poseer es una relación personal, y eso empieza con el simple hecho de disfrutar un momento de silencio con El en donde podemos ser nosotros mismos. El resto no sirve de nada sino puedo llevarme con El así, ni las más grandes responsabilidades eclesiales son suficientes y es “Cristianos” como nos queremos llamar.
Nada de lo que he aprendido y sigo aprendiendo en mis estudios y en mis experiencias con personas, se comparan con el simple hecho de existir en su presencia. Nada se compara con el Santísimo. Y lo extraño.
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