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Vivir de Fe

Foto del escritor: KarenCKarenC

Poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas es una tarea abrumadora. Pero también lo era dar de comer a 5,000 personas con 5 panes y 2 peces. Y los apóstoles, cuando acudieron a Cristo, lo consiguieron.


Durante los años de tarea apostólica que vivieron después, quizá muchas veces pensamos en lo que jesucristo les había enseñado aquel dia: “Si solo tenemos estos medios, con estos medios hemos de afrontar el problema; no nos bastan los buenos deseos, la compasión ante la necesidad de la muchedumbre”. Tampoco un cristiano le basta comprobar que un punto de lucha o un objetivo apostolico supera sus capacidades.


Los cristianos debemos tener el corazón grande y la cabeza clara: considerar con serenidad cuántos panes tenemos, que podemos hacer, sin dejarnos abrumar por lo que no podemos; aunque parezca muy insuficiente, hemos de poner a los pies del Señor lo que está en nuestra mano, y Él nos dice: “Piensa cuales son tus medios, examínate con audacia; luego, pon a mis pies lo que tengas; y no te preocupes si te falta, porque a Mi me sobra”.


Jesus no permite que por la escasez de medios se rebaje el objetivo que nos propone, sin embargo, quiere enseñarnos a poner todo de nuestra parte. El Señor no se conforma con prestar ayudas simbólicas, sobre todo sabiendo que por lo general nuestros medios son escasos, pero terminan siendo suficientes. Lo determinante es el poder de Dios y las necesidades del alma.


Al proponernos objetivos altos y generosos, es fácil que sintamos fuertemente la desproporción entre nuestras capacidades y lo que pensamos que el Señor espera, e incluso que experimentemos un cierto vértigo, una sensación de impotencia y de inseguridad que no hemos de entender como una prueba de que nos falta fe. Al contrario, es quizás una demostración de que el amor de Dios nos está impulsando más allá de nuestra pequeñez. Ese sentimiento de inquietud, lejos de contradecir la magnanimidad, da sentido a la esperanza, porque donde hay absoluta certeza, la esperanza no puede existir.


La fe con la que el Señor espera que actuemos, no consiste, pues, en la seguridad de que nuestras cualidades se multiplicarán. Consiste más bien en poner nuestros cinco panes al servicio de Dios, en actuar como si esos panes fueran suficientes, incluso si mientras lo hacemos seguimos sintiendo palmariamente nuestra limitación. La vida de fe no se demuestra en los sentimientos, sino en las obras, también cuando los sentimientos parecen contradecir esas certezas fundamentales en las que se apoya todo nuestro actuar.


El optimismo cristiano no es un optimismo dulzón, ni tampoco una confianza humana en que todo saldrá bien. Es un optimismo que hunde sus raíces en la conciencia de la libertad y en la seguridad del poder de la gracia; un optimismo que lleva a exigirnos a nosotros mismos, a esforzarnos por corresponder en cada instante a las llamadas de Dios.


La fe del cristiano no es la ingenuidad de quien no se hace cargo de las dificultades y confía, por eso, en que todo saldrá bien. Al contrario, la fe genera un optimismo que hunde sus raíces en la conciencia de la libertad, es decir, que se sostiene y se alimenta de la conciencia de que las cosas pueden ir mal y de hecho a veces irán mal, porque la libertad humana –la nuestra y la de los demás– no siempre buscará lo que Dios quiera.


La fe que el Señor me pide y espera de mí, no es, por tanto, la confianza en la buena marcha de las cosas. Es la seguridad de que, vayan éstas como vayan, Dios se servirá de ellas en mi favor, en favor de quienes me rodean y de la Iglesia entera. Dicho de otro modo: Dios no espera de mí que todo me salga bien, ni tampoco yo espero de Dios que si hago lo que debo todo evolucionará favorablemente; sería ingenuo pensar que basta ser bueno para que todo sea positivo. Dios espera que yo me fíe de Él y por eso ponga lo que está de mi parte para que las cosas vayan bien. Y yo tengo la certeza de que, haciendo lo que Él quiere, estoy logrando el objetivo que realmente importa en mi vida, aunque aquello no siempre produzca un estado de cosas positivo: habrá cosas que irán mal, pero no no me dejo vencer por el mal; al contrario, venzo el mal con el bien. Así, aunque no sintamos una gran seguridad, estaremos de hecho viviendo de fe.


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